miércoles, 28 de octubre de 2009

Locuras de derecha e izquierda.

A lo largo de la historia, todo punto de partida para grandes hechos que terminan por cambiar una realidad, son los grandes discursos. Estos, al tener como base el análisis de cada momento en el que se vive conjugado con ideología, viveza y un toque de emoción, puede comprar a los más incautos.
Esta semana estuvo marcada por discursos fuertes en donde resaltaron dos en particular; el del presidente Fernando Lugo y el del ganadero chileno Eduardo Avilés. El primero manifestando que la lucha de clases se justifica. Que prácticamente todos los habitantes de esta República somos culpables de la lamentable situación en la que estamos y que el tan mentado cambio que se propone desde el gobierno -pero que no tenemos la más pálida idea de qué es, dónde está, cómo lo notamos o qué hay que cambiar- está siendo detenido por cuanta persona tenga cuenta bancaria o salga en sociales. Fomenta en sí una diferencia entre "poseedores y desposeídos" que roza más un espíritu de confrontación que un adelanto de la solución de los problemas.
El otro discurso propone un cambio pero de la civilización a la barbarie. Propone "liquidar físicamente a todos los comunistas" como si matar personas por pensar diferente es la solución a la delincuencia, ignorancia, hambre y pobreza en cualquier sociedad.
Pese a que puede tomarse a un discurso como consecuencia de otro, ambos tienen un mismo punto de convergencia; el contenido murió en el tiempo, es incivilizado y no tienen el más mínimo criterio unificador que se necesita para sobrellevar crisis en cualquier país del mundo. Sólo generan incertidumbre y marcan aún más diferencias sociales.
Los tiempos son distintos. Ya el mundo no se enfrasca en peleas de excusas ideológicas que como fin último tienen alcanzar la suma del poder. Ya no se revientan estados a balazos ni se fomentan luchas de clases como solución a los problemas. Ese modelo no funcionó, no funciona y perimió en el tiempo.
Es hora de que se entienda de una vez que el concepto de la política no es el de la mera superioridad económica, de clases o ideologias, ni mucho menos de conveniencias partidarias. La política debe volver a dirigir la acción del estado al beneficio de la sociedad. Sociedad entendida como sin clases, sin partidos, sin amigos y sin acreedores venidos de campañas electorales. Sociedad entendida como personas que apuestan por personas. Gente que necesita vivir mejor y no ver cómo los gobernantes se enfrascan en discusiones estériles a costilla del ciudadano.