El presidente hizo lo que esperábamos que hiciera. Veto la prórroga al mandato de los intendentes y concejales electos en el 2006. ¿Si recibió presiones? Claro que sí, pero primó la sensatez (por lo menos en esta oportunidad).
En los momentos previos a tal decisión se escucharon todo tipo de hipótesis que, sumadas a la conocida indefinición del presidente, dejaban a la gente en una enorme nebulosa.
Argumentos clásicos como que "se va a entrar en una contienda electoral que pararía todas las obras", típico de politiqueros que definitivamente jamás leyeron la concepción y fin último de la política, alejada del mero lucro personal; y otros como "que la izquierda emergente sería incapaz de pelear en unas elecciones en corto plazo y necesitaba prepararse", totalmente desencajada y plagada de malas copias política barata tradicional, además de las propias contiendas en el interior del ejecutivo, consumían todo el ambiente.
Tras tantos vaivenes y el silencio del presidente, éste llamó a la esperada conferencia de prensa en la cual sus asesores dieron a conocer la respuesta del mandatario; el veto.
Con esto se cerraba una etapa de verdadera pérdida de tiempo para todos. Lo sostenido por una y otra parte no ocurrió. El país no se detuvo, sino sigue funcionando. La izquierda no está mejor ni peor, simplemente está. Lo pisitivo es que el pueblo no vio socavada su forma más legitima de participación ciudadana representada en el voto.
En un año de gobierno, mucho criticamos a Fernando Lugo y lo seguiremos haciendo seguro, pero en esta oportunidad hay que decir, pues nobleza obliga, que el presidente no se equivocó. Esta vez, sí se correspondió al pueblo. Ese pueblo que el 20 de abril voto, tuvo su voto de recompensa en el veto al mandato de los munícipes.
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